lunes, 7 de agosto de 2023

La 7ª Europa League que ganaron Mendilíbar y mi abuela

Nota del autor: He limpiado las telarañas de este blog, después de más de 4 años sin escribir. La última entrada hablaba sobre Machín y su gran Sevilla (era enero). No deja de sorprenderme como en 4 años y medio pueden ocurrir tantas cosas ya que ese Sevilla me suena ahora a prehistoria. 

El otro día leí en Twitter a alguien que decía que había decidido que a partir de ahora el fútbol solo le daría alegrías, que para penas ya tenía la vida misma. La frase me gustó y pensé en aplicármela, aun sabiendo que este deporte no es racional y, por lo tanto, uno no puede escoger cuando el fútbol le afecta y cuando no. Pero sí que me lo he propuesto y en parte lo he conseguido. 
Yo, desde el 31 de mayo de 2023, estoy en una nube de felicidad de donde ni la marcha de Monchi ha conseguido bajarme. O seguramente desde el 13 de abril, cuando celebré como un loco el gol en En-Nesyri (o de Maguire en pp para los quisquillosos) en Old Trafford. Porque volví a ver a un Sevilla competitivo, el que nunca se rinde, el de la épica en Europa. Y eso me hizo feliz en un año que estaba siendo muy duro. 

En junio de 2022 me casé y recibí una felicitación de vídeo de Monchi en la que además de felicitarme, me hablaba de que el Sevilla me traería esta temporada un buen regalo. El casarme me ha traído muchas cosas buenas en la vida, excepto que hizo que pasara a ver los partidos solo por vivir en Barcelona, cuando antes siempre solía hacerlo con mi padre y mis hermanos en Terrassa. Y empezó una temporada dura, el cese de Lopetegui (por números, el mejor entrenador de la historia del Sevilla), la elección de Sampaoli (el remedio mucho peor que la enfermedad) y viendo como el equipo se caía, deportivamente y mentalmente. Un equipo sin alma, que se arrastraba por los campos de España.  Las derrotas estando solo se hacían más duras, no tienes a nadie con quien comentarlas o con quien criticar las incomprensibles decisiones de Sampaoli. Y yo, seguía pensando en ese vídeo de Monchi y en el regalo que no iba a recibir. 

Por suerte, a finales de marzo, con el equipo en la UCI y siendo conscientes de que el descenso era una posibilidad, vino Mendilibar, entrenador que me encantaba desde su etapa en el Eibar (como atestigua esta captura de pantalla de 2018).


 

Y Mendi, contigo empezó todo. 



En pocos partidos ligueros, dejó prácticamente encarrilada la salvación, que, no nos engañemos, era a lo que venía. Y toda la ilusión se centró en lo que parecía un imposible. Pero ya sabemos que lo imposible se hace posible cuando se trata del Sevilla en la Europa League. Primero salir vivos de Old Trafford en un partido donde el United venía lanzado y en el que en el minuto 21 ganaba ya 2-0. Parecía que iba a acabar en derrota aplastante pero finalmente, la fe del Sevilla le permitió arañar un empate vital en el 92'. Y vino la vuelta. 

Y menuda exhibición, desde la grada hasta el campo en un partido donde el Sevilla pasó por encima del United con un 3-0 espectacular. Yo, que me olía noche grande, opté por ir a casa de mis padres a verlo y a disfrutarlo acompañado. Antes, aproveché para ir a visitar a mi abuela. Ponernos al día, merendar y contarle que esta temporada que se preveía un desastre podía arreglarse. 



Luego vino la Juventus y evidentemente una semifinal de Europa League es noche grande. De nuevo, a casa de mis padres, vestido de rojo como las gradas del manicomio de Nervión. Y de nuevo, previa visita a mi abuela para contarle que estábamos a un pasito de la final. Y a esa final llegamos gracias a la magia de Suso y a la fe de Lamela. 



Llegó el día 31 de mayo. No tenía dudas de donde iba a verlo. Ni de donde iba a ir antes del partido. Vestido de blanco como mandaban los cánones fui a casa de mi abuela a merendar. En un arrebato de sinceridad le confesé que estaba haciendo eso para seguir con la tradición establecida y para que nos trajera suerte. Le pareció fantásticamente bien y se alegró mucho de ser parte de la estrategia para ganar un título. Y, no sé si gracias a estas supersticiones bilardistas, la intercesión del Diego o la valentía enorme de un equipo que pasará a la historia del club, funcionó. La séptima era una realidad.


El regalo de bodas de Monchi había llegado, con suspense, pero ahí estaba. Una Europa League celebrada por todo lo alto, como la primera. Quizá porque esa celebración valía por dos, la de 2020 que el covid nos arrebató y la de 2023. O quizá porque en una año que parecía destinado a ser el peor de la historia reciente del club, acabó, por séptima vez, con el nombre del Sevilla FC grabado en la Europa League. 

Al día siguiente, evidentemente, llamé a mi abuela para contarle que había funcionado y que gracias a ella habíamos vuelto a tocar plata.