“¿Qué hago? Decide rápido. Levanto el banderín. Me
protestan. Me mantengo firme. Oigo insultos hacia mí y mi familia. El árbitro principal
me pregunta:
-
¿Lo era? - Eso creo – contesto inseguro.
El partido prosigue y en una jugada cerca de mi posición
señalo una clara falta a favor del equipo visitante. La estrella del conjunto
local me grita:
-
¡No lo era! ¡Lo sabes! ¡Primero te comes el
fuera de juego y ahora me pitas esta! ¡Cabrón!
Tiemblo, pero intento parecer seguro y espero que mi voz obedezca
lo que ordena mi pensamiento:
-
¡Ni una más! ¡Ni una más! ¡A la próxima a la
calle!
Algunos aficionados me oyen contestar a su protegido y me
piropean irónicos con palabras hirientes que prefiero evitar escribir.”
Con este microrelato pretendo halagar el complicado y
siempre criticado oficio de linier. Tener que decidir en milésimas de segundos
si una acción es fuera de juego o no, es dificilísimo. Está comprobado científicamente
que el ojo humano no puede tener fijada la vista en el balón y el pie del
jugador, así que deben guiarse por el sonido del último pase mientras miran la
línea defensiva. La gran mayoría de veces aciertan en sus decisiones y nadie
les aplaude. Solo se habla de ellos cuando erran, poco habitual y normalmente
por pocos centímetros. La gente insulta cuando ni ellos mismos han distinguido
por la televisión si lo era. Incluso algunas repeticiones dejan lugar a dudas.
Así que, tener que tomar una decisión rápida, sin posibilidad de ver una
repetición, no parece fácil. Es por todo esto que me gustaría desde mi pequeño rincón,
alabar este trabajo e intentar concienciar a los pocos que me leéis sobre la
dificultad que comporta ser linier.
“Cuando llego al vestuario, me siento en el banco y busco
rápidamente las jugadas en las que he dudado. Las veo. He acertado. Suspiro de
alivio. Pasaré desapercibido. El mejor premio después de este duro partido.”
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